miércoles, 26 de octubre de 2011

Cincuenta mil personas acuden a despedirse de Marco Simoncelli


Padres llorando con niños en sus brazos guardan una cola de ochocientos metros para ver por última vez a Simoncelli en la capilla ardiente instalada en el teatro de Coriano. También aguantan de pie, bajo la lluvia, muchas personas mayores que hablan de manera entrecortada cuando se les pide un recuerdo de Marco. Ese «ragazzo» grandullón que rodaba en moto por sus calles. Este pueblecito de diez mil habitantes espera recibir a cuarenta mil personas en estos dos días de peregrinación para decir «ciao» al número 58, dorsal que no volverá a ser utilizado en el Mundial. Centenares de aficionados esperaban ya a la apertura de la capilla, a las ocho de la mañana de ayer. Cerrada por la noche, hoy volverá a permitirse que los seguidores rindan su homenaje al piloto hasta las doce del mediodía, momento en el que será cerrada de nuevo para preparar el funeral, que se celebrará a las tres de la tarde.
Marco había calado en los aficionados. Su simpatía cuasi inocentona gustaba a los «tifosi». Más de una vez rompió una presentación al desvelar secretos que no convenía reconocer. La mejor de todas fue cuando le dijo a un lector de «su» libro esta frase para la historia: «Por las cosas que dices deduzco que has leído mi libro. Tampoco es que yo lo haya leído mucho». Su sinceridad para reconocer que le quitaron el carné de moto, que le permitía circular con máquinas de mil centímetros cúbicos, dos días después de sacárselo, también fue una declaración que le hizo más humano ante la gente. Así era «Sic». Súper.

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